Creo que alguien me sigue
Han pasado tres
meses y quince días desde que llegué a España y aún volteo para mirar si
alguien me sigue. Esa sensación de inseguridad siempre nos acompaña, en
especial a quienes somos de Latinoamérica. ¿Por qué no podemos dejar atrás el
miedo? Parece que está impregnado en nosotros, en nuestro chip mental.
En nuestros
países vivimos en constante zozobra, en especial las mujeres, con el celular
guardado en el brasier y la cartera bien sujeta y pegada al cuerpo. Si vamos en
el transporte público, estamos atentas a quién sube al micro (al menos yo lo
estaba), cerramos la ventana para evitar que algún ladrón meta la mano para
robarnos en un abrir y cerrar de ojos, y sujetamos con fuerza nuestros paquetes
o carteras por si intentan arrancharnos algo.
Todos esos códigos
de supervivencia viajan con nosotras ‒no sé si con los hombres pase lo mismo, tal
vez sí‒. A veces, inconscientemente (o consciente),
cuando converso con alguien por el celular y estoy en la calle, respondo: “Te
llamo luego, estoy en la calle”. Ese estado de alerta se activa, hasta que recuerdo
dónde estoy (en Barcelona, aunque la inseguridad ha aumentado). Si viajo en Metro, el temor es mayor, sobre todo si
está lleno. Otra vez, cartera hacia adelante y ojos como escáner, siempre
observando el entorno.
Ser precavida es
necesario en cualquier lugar (casos de robo en Barcelona, Madrid, o donde sea, siempre
hay), pero el exceso estresa y te impide disfrutar del entorno, de verlo con otros
ojos. Una cosa es ser precavida y otra, vivir con miedo. Enfrentarme a esta
realidad, con mi chip de superviviente, aún es complicado, y más cuando te
enteras de que la inseguridad en tu país no disminuye.
Hace un par de días le robaron a mi prima, en Perú, a media cuadra de su casa, en el Rímac. La arrinconaron, le quitaron el celular y la cartera, y le levantaron el polo. Aunque estoy a miles de kilómetros de distancia, volví a sentirme vulnerable, volví a voltear para ver si alguien me seguía.
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