EL CHICO DE LA BICI


Los sábados por la tarde suelo ir al bosque de Guinardó (en realidad es un parque) a leer. Camino unos 20 minutos hasta lo más alto del parque y me siento en la última banca, desde donde puedo ver el mar de Barcelona. Sin embargo, este sábado la magia se rompió. 

Mientras leía Cassi, el verano de mi estimado Juan Manuel Chávez, un joven detuvo su recorrido en bicicleta en el otro extremo de la zona donde me encontraba, tomó agua del bebedero y se sentó a descansar. De repente, el sonido de las ramas de los árboles agitadas por el viento y el ligero cantar de algunas aves fue reemplazado por las canciones de Residente. Hasta ahí, todo bien. 

Aunque estaba leyendo, lo podía tolerar. Cuando volví a enfocarme en mi lectura, me preguntó: “¿Sabes a qué hora anochece aquí?”. No sé si su intención era “hacerme el habla”, pero le seguí la conversación: “Como a las 6, creo” (eran las 4 y algo). Mientras me repreguntaba si era de aquí (de España), noté que su acento sí era español, por lo que la consulta sobre la hora en la que oscurece era extraña. ¿Si vive aquí, cómo no va a saber a qué hora oscurece? Qué falta de creatividad para entablar una conversación, pensé. Lo reconfirmé cuando me dijo que hace algunos días había realizado el mismo recorrido de noche. El pez por la boca muere. 

En fin, seguí con mi lectura, aunque algo distraída. De reojo lo vi sacar su taper (bueno, tal vez no pudo almorzar antes), oler la comida y meterse a la boca unas tres cucharadas de lo que sea que había en el recipiente. A los pocos segundos dejó su taper en la banca y volvió al bebedero a refrescarse o a desatorar la garganta. Entonces sucedió lo inesperado: expulsó un sonido en do mayor desde lo más profundo de su estómago (¡eructó!). No pude concentrarme más en mi lectura.

Para colmo, no fue uno, ni fueron dos, fueron tres… Uno más potente que el otro. ¿Acaso esa era su técnica para entrar en confianza? ¿Es un tipo de ritual para demostrar que su comida estuvo buena? Solo sé que mi lugar sagrado fue ultrajado y que mi capacidad para soportar el asco superó mis expectativas. Mis ojos se enfocaron nuevamente en el libro, que en ese momento solo eran una serie de letras. Cuando volví a mirarlo, por curiosidad, ya estaba sobre la bicicleta y sin remordimientos paso delante de mí y me dijo: “Hasta pronto”. Entre mí pensé: “Espero que ese pronto nunca llegue”. Era hora de volver a casa.

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