Ven a mi casa esta Navidad


Se cumplió la profecía del villancico que no quería escuchar, y no escuché, este año. Como estaba lejos de mi familia, de mi tierra y de mi hogar, decidí aceptar la invitación de una peruana que vive en Granada. Sin miedo a equivocarme, este ha sido el viaje más largo de mi vida, pero también el que más me ha enseñado.

Cuando pensaba que celebraría la Navidad en la llamada España musulmana, los planes cambiaron. Apenas pisé tierra granadina, empecé a prepararme para el siguiente destino: Oviedo. La Nochebuena no la celebraríamos solas mirando televisión ni comiendo panetón Sayón (que raya en Granada) con chocolatada. Una familia boliviana nos esperaba para compartir su mesa navideña. Después de recorrer 850 kilómetros en bus desde Barcelona, era momento de recorrer 860 kilómetros más. Creo que crucé toda España.

Navidad del migrante
Esta Navidad fue un encuentro Latinoamericano, en la que peruanos y bolivianos compartimos nuestras costumbres, nuestra música, nuestra comida, nuestro espíritu navideño. Aunque estaba a miles de kilómetros de mi tierra, me sentí cerca de casa. No había panetón ni pavo, pero sí costillas, chorizo, ensalada y arroz (bendito arroz). Una mesa decorada con mantel navideño, guirnaldas colgando de las paredes y gorros de papá Noel en nuestras cabezas anunciaban que ya estábamos listos para recibir la medianoche.

Ni una sola ratablanca sonó por estos lares. Solo la música rompía el silencio que hasta entonces reinaba en Trubia, un pueblo a unos 20 minutos del centro de Oviedo, donde la neblina lo cubre todo hasta las diez de la mañana. Aunque empezamos con canciones mexicanas, terminamos con Ráfaga, Los Ronich, Néctar y los Hermanos Yaipén también aprendimos a matar al gusano. Así, entre comida, baile y cervezas de dos litros nos convertimos en una gran familia.



De Sudamérica a Europa
Esta familia dejó Bolivia hace más de quince años y apostó por España a pesar de la crisis. ¿Y en qué trabajan los latinos en España?, mantenía la pregunta en reserva por temor a ser imprudente. Me contaron que la mayoría trabaja en limpieza, atención domiciliaria para personas con alguna enfermedad, cuidan niños o atienden en las bodegas de los chinos. Así, poquito a poquito, empezaron a construir su presente. Ellos no solo trabajan para su familia en España, sino también para sus familias en Bolivia, donde están papá y mamá.


La vida de un migrante en España, y en cualquier país de Europa, no es fácil. Han aprendido a convivir con la discriminación, lo que no significa que se dejen pisotear, todo lo contrario, ellos saben quiénes son y cuánto valen. Por eso, son muy valorados en sus trabajos, tanto que algunos ya tienen seis u ocho años en el mismo centro laboral.

Me vuelvo a preguntar si valió la pena tanto viaje y la respuesta sigue siendo sí. Fue una Navidad lejos de casa, pero cerca de mi esencia, de mis orígenes. Esta familia no solo compartió conmigo su mesa, sino también su historia, su forma de vida, su sencillez y su valentía. Estas son las lecciones que me enseñan a crecer y a valorar de dónde vengo. ¡Feliz Navidad!

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