Perderse en Barcelona (a las tres de la mañana)



Vuelvo a escribir después de algunas semanas sumergida en el trabajo. Esta vez no se trata de un relato sobre comida, supermercados o bibliotecas, sino sobre cómo perderse en Barcelona y encontrar el camino de regreso a casa. Eso nos sucedió la primera semana de marzo. Digo “nos”, porque éramos tres latinas con el Google Maps en mano intentando tomar el bus correcto.

Por lo general, los viernes y sábados intentas relajarte, salir a tomar unas cañas (cervezas), comer unas tapas, pasear, desconectarte de las prácticas y las clases y, con mayor razón, si el cumpleaños de una de tus amigas cae viernes, ¡pues celebrarlo! Eso hicimos. Cuatro mujeres dispuestas a disfrutar un viernes por la noche.

Empezamos con la comida: sushi a elección de la cumpleañera. Ya reza el dicho que “barriga llena, corazón contento”. Solo así es posible continuar. Después de comer es indispensable beber. Para eso, Google Maps es el rey. Gracias a la búsqueda inmediata y acertada de una de las cuatro, encontramos el lugar indicado para continuar con la velada. ¿Cuáles eran las condiciones para elegir el lugar? Bueno, bonito y barato, sobre todo eso.

Entre mojitos, tequilas y gin tonic, muy bien preparados por un venezolano, dejamos que el tiempo pase. Las copas cumplieron su objetivo: durar un par de horas (hay que ver el presupuesto siempre) y alegrarnos más la noche. La cumpleañera estaba feliz y nosotras también. Era momento de volver a casa. La ruta era sencilla: tomar el Metro y caminar algunas cuadras. Lo que no recordamos hasta llegar a la entrada era que de lunes a viernes funciona hasta las dos de la mañana Y, claro, ya eran las tres.

En Perú no me habría arriesgado a tomar una cúster o combi, esas que transitan a partir de las once de la noche, cuando ya nadie vigila. Esas que corren más que los autos de la Fórmula 1. Habría tomado un taxi, un Uber u otra opción de aplicación. Aquí en lo último que piensas es en tomar un taxi. Solo teníamos que caminar unos metros hasta la próxima estación de los buses nocturnos.

Según una rápida lectura del mapa que está en la estación, estábamos en el lugar correcto. Era cuestión de esperar algunos minutos para tomar el N2, bajar en plaza España y tomar la D50 que nos llevaría cerca a nuestras casas. Esa era nuestra única opción, o esperar dos horas (cinco de la mañana) a que abriera el Metro.

Apenas vimos las luces del bus, sentimos un gran alivio: pronto podríamos dormir. El bus estaba casi lleno: un joven muy “feliz” cantaba como si estuviera en un karaoke, algunos ya habían sido alcanzados por Morfeo y otros veían sus celulares. Por esas casualidades de la vida, quise corroborar que estábamos en el camino correcto. Error, los nombres de los paraderos que indicaba mi celular no eran los mismos que veía a través de la ventana. Estábamos en la ruta contraria, alejándonos cada vez más de nuestras camas.

Entre risas, sorpresa y algo de susto nos bajamos en el siguiente paradero. Nadie tenía que enterarse de que estábamos perdidas. De vuelta a Google Maps (él no tuvo la culpa de que no lo supiéramos leer), encontramos el paradero donde teníamos que esperar el bus que, ahora sí, nos dejaría más cerca de casa. El camión de la basura ya había empezado su jornada, ¡eso significaba que el día estaba cerca!

Solo para asegurarnos de que esta vez no terminaríamos en otro barrio muy muy lejano, preguntamos al conductor si llegaba a plaza España. Creo que contuvimos la respiración hasta escuchar un seco "sí". Al fin estábamos encaminadas. El trasbordo fue más fácil y llegar a casa, como descubrir el paraíso. Lo último que vi fue el reloj del celular que indicaba las cinco de la mañana. Buenas noches o buenos días, eso era lo de menos.

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