Avengers, el gringo y yo


Hace varios meses, tal vez un año, que no iba al cine sola. Tan sola, que ni canchita llevé. Tenía que ver Avengers, o Vengadores, en español. Esa era la consigna. Salí del trabajo a las dos de la tarde, almorcé en un restaurante cercano y, sin perder más tiempo, me fui al cine Balmes. No quería esperar hasta la noche, así que elegí el horario de las cuatro y treinta, en idioma original, claro. Por nada del mundo aguantaría escuchar a Hulk, Iron Man, Capitán América o Thor expresarse con “joder”, “gilipollas” u “hostias”. Ese castellano lo dejamos para los mortales comunes y corrientes de España.

Como era de esperarse, la sala estaba llena, más gringos que españoles. Busqué mi asiento: fila tres, butaca ocho. A mi lado, en el asiento nueve, se sentó un estadounidense (eso creo), como de un metro noventa, muy blanco y rubio. Conforme transcurría la película, su estado de ánimo pasó por varias fases: risas a carcajadas, emoción desbordante -de vez en cuando exclamó su “yeah”- y llanto incontrolable.

La ventaja de ir sola al cine, para mí, es que estoy más atenta a lo que sucede a mi alrededor. Si bien estoy pendiente de la película, la vivo, la siento, también observo cómo la viven los demás. Y este hombre la vivió con tanta intensidad que me conmovió. Lamenté no haber llevado papel tissue, porque él las necesitaba más que yo. Fue la primera vez en mi vida que vi a un hombre sollozar por tanto tiempo a causa del desenlace de una película de superhéroes. Yo no me esperaba ese final, él menos. Y se notó.

Por un momento recordé que de pequeña, y seguro se repetiría ahora, lloré cuando murió Mufasa o cuando mataron a la mamá de Bambi. Ese llanto sostenido, que no puedes evitar, es el mismo que vi en este joven. No pude evitar llorar con él. Si empecé el día con el pie izquierdo, ir al cine lo arregló por completo. A veces, llorar, aunque sea por una película, te ayuda a liberar la tensión acumulada. Esa es la magia del cine: puedes reír, llorar, indignarte, todo en cuestión de minutos; puedes volver a ser niño por una hora y media o dos. Hoy vi cómo un hombre volvía a ser un niño pequeño que sufre porque llegó la hora del adiós, pero sabe que estará bien. Aunque parezca contradictorio, hoy lloré y fui feliz. 

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